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El insigne científico francés Alcide d’Orbigny en Bolivia
Jorge Muñoz Reyes, p. 259-266
TEXTE INTÉGRAL
Posiblemente, el naturalista que mejor y más ampliamente estudió nuestro acervo natural en los albores de la República, fue Don Alcide d’Orbigny, sabio francés que publicó la más monumental obra sobre las riquezas naturales de nuestro suelo y que recorrió de parte a parte el territorio patrio, generalmente a pie, acompañado solamente de sus dos fieles guías yuracarés.
No nos detendremos aquí en hacer un historial de su vida, pero sí debemos hablar algo de sus expediciones a través de Bolivia.
Se embarcó para la América Meridional el 29 de julio de 1826 en [el puerto de] Brest [en la corbeta de carga ″Mouse″] y después de un largo y sorprendente periplo por el Brasil, el Uruguay, la Argentina y Chile, llegó a nuestra costa de Cobija el 14 de abril de 1830 ; el 20 del mismo mes zarpó para Arica donde permaneció uno días para dirigirse a Tacna y de aquí a La Paz.
La descripción de su trayecto de Tacna hacia el altiplano boliviano es de lo más emotivo e interesante; su espíritu de observación se muestra sublimado en esta experiencia; sufre el soroche o mal de puna y todo lo que ve es nuevo para él. Nos describe la altiplanicie del norte con estas frases: ″Tiene más de treinta leguas de ancho, se dilataba a mis pies por derecha e izquierda hasta perderse de vista, ofreciendo tan sólo pequeñas cadenas paralelas, que parecían fluctuar como las ondulaciones del Océano sobre esta vastísima planicie, cuyo horizonte al noreste y sudeste no alcanzaba yo a descubrir, al paso que hacia el Norte veía brillar por encima de las colinas que lo circunscriben, algunos espacios de las cristalinas aguas del famoso lago Titicaca, misteriosa cuna de los hijos del sol″. Así mostrando poéticamente los paisajes que recorría, llegó a La Paz el 29 de mayo de 1830. Muestra su reconocimiento amplio por la forma cortés y amistosa en que fue recibido en esta ciudad; dice que lo llamaban ″el gran botánico francés″ y las gentes le traían toda suerte de plantas y hierbas para que les indicara sus propiedades curativas.
Nos hace una descripción detallada de esta ciudad, la que reconoce ser distinta de todas las hasta entonces visitadas por él. Su descripción de las vestimentas usadas por indígenas y mestizos es de lo más ilustrativa; igual cosa se puede decir de las costumbres que relata con maestría y colorido propios de él. Indica que habiendo dirigido una misiva al Presidente Santa Cruz, que a la sazón se hallaba en Cocha-bamba, recibió una respuesta de lo más amable y cordial en la que le ofrecía todo su apoyo para que la misión que lo traía a Bolivia fuera un éxito, manifestándole que haría que dos jóvenes estudiantes le acompañasen juntamente con un oficial de ejército para facilitarle el viaje y resguardarlo.
Su primera excursión desde La Paz fue hacia los Yungas, de donde pasó a Cochabamba; posteriormente siguió el camino existente a Santa Cruz de la Sierra, ciudad en la que permaneció bastante tiempo atraído por la hospitalidad de las gentes y la belleza, gracia y donaire innatos en sus mujeres, asunto que lo relata con delicadas y románticas frases. Más adelante, sale hacia el Brasil por el camino de las misiones atravesando el Monte Grande, ″cuya espesa frondosidad cubre una extensión de unas sesenta leguas y en donde vanamente se buscarían otros huéspedes que los animales salvajes″.
Nos relata con certera pluma las bellezas y riquezas de la provincia de Chiquitos, territorio que atrae su especial atención y su interés. Al referirse a los paisajes hallados dice: ″En tanto que un sol abrasador tostaba las llanuras circunvecinas, algunas benéficas nubes, posándose sobre la cima de las montañas, habían operado un cambio total en el aspecto de la naturaleza. Los árboles se cubrían de un tierno follaje y de diversidad de flores; la campiña desplegaba lujosamente sus primeros ropajes. En nada absolutamente pudiera compararse la bella estación de Europa a un tal momento bajo las zonas tórridas″.
En su permanencia en la región chiquitana se dedicó a estudiar especialmente las costumbres y la lingüística de las tribus autóctonas; de este estudio ha nacido su obra El hombre Americano. Se interesó especialmente de la nación de los Guarayos ″que realizan en América por su franca hospitalidad y por sus costumbres sencillas y enteramente primitivas, el poético ensueño de la edad de oro. Entre estos hombres de la simple naturaleza a quienes jamás atormentó la envidia, el robo, esta plaga moral de las civilizaciones más groseras como las más refinadas, tampoco es conocido″.
Abandonando temporalmente la tierra de los guarayos y bogando durante ocho días por las claras aguas del río San Miguel, llegó a la misión del Carmen de Moxos y se dedicó a visitar esta región a la que asignó un área de catorce mil leguas cuadradas e indicó que estaba surcada por treinta y tres ríos navegables; también visitó las misiones de Concepción Magdalena, San Ramón y San Joaquín, en la que ″quedaban restos del esplendor pasado de los jesuitas″.
Posteriormente llegó a la confluencia de los ríos Guaporé y Mamoré, y siguiendo aguas arriba por este curso, llegó a las misiones de Exaltación, Santa Ana, San Xavier, Trinidad y Loreto.
D’Orbigny deseaba buscar una ruta fácil entre Cochabamba y las amplias sabanas de Moxos y nos dice: ″Así pues, me propuse buscar, para obviar tales inconvenientes, un camino más abreviado o una vía de navegación por en medio de selvas y montañas, persuadido de que con esto haría yo a Bolivia un servicio capaz de dar a su gobierno un testimonio de mi gratitud por los muchos favores de los que era justamente deudor″. Así bajó por el río Sécure, desconocido a la sazón, ayudado por indios cayuvavas, magníficos remeros, subió al Mamoré hasta el río Chapare y por éste hasta el río Coni en tierras de yuracarés ″al pie de las ultimas faldas de la cordillera oriental″. De aquí ascendió por sendas difíciles desde los tórridos y húmedos parajes tropicales hasta las altas y heladas breñas andinas para llegar a Cochabamba. Su descripción de esta gama de paisajes es magnífica y digna de un poeta.
A su vuelta a la región de los valles, y después de una corta permanencia allí, se dirigió hacia Sucre y Potosí, después de admirar y describir magistralmente las bellezas de la arquitectura virreinal. Salió para Oruro y La Paz; desde esta última ciudad hizo varios viajes a la región del lago Titicaca, visitó y admiró grandemente las ruinas de Tiahuanacu, partiendo posteriormente hacia Arica para embarcarse de vuelta a su patria, y nos dice: ″A fines de junio volví a pasar la cordillera por última vez, por la ruta que había tomado en 1830, cuando fui de Tacna a La Paz, y abandoné para siempre Bolivia después de haberla recorrido en todos sentidos durante más de tres años. Traía de esta hermosa y rica parte del continente americano no solamente una inmensa cantidad de materiales de todas clases indicados para hacerlas conocer desde diferentes puntos de vista, sino también el más vivo reconocimiento hacia su gobierno y hacia sus habitantes de los cuales no había recibido más que favores y las pruebas más delicadas de estima y de hospitalidad″.
El periplo amplio y magnífico recorrido por este insigne hombre de ciencia al que Bolivia debe tanto, fue la base para la redacción de su gran obra Viaje a la América Meridional en la que la descripción de nuestro territorio ocupa la mayor parte. Su libro está acompañado de quinientas planchas coloreadas a la acuarela que él había pintado en los sitios que visitó. Los originales de la obra los sometió a los señores Blainville, Geoffroy-Saint Hilarie, Adolphe Broignart, Savary y Cordier, que aplaudieron unánimemente la misma en 21 de abril de 1834; acompañó al texto gran cantidad de documentos para la historia e innumerables colecciones geológicas, botánicas y zoológicas.
El General José Ballivian encargó a d’Orbigny una Descripción geográfica, histórica y estadística de Bolivia. Este trabajo debía haberse presentado en diez volúmenes; lamentablemente por muchas razones sólo se publico el primer volumen dedicado a las provincias de Moxos y Caupolicán que a la sazón pertenecían al reciente departamento del Beni, creado por el Presidente Ballivián. En la traducción y final redacción colaboró el joven poeta boliviano don José Ricardo Bustamente, que residía en París.
La Obra de d’Orbigny en Bolivia es hasta la fecha la más grande contribución al conocimiento de las riquezas naturales del país, sobre todo en lo que se refiere a su acervo en la flora y la fauna; también sus estudios etnológicos y lingüísticos son de gran valor y no han sido superados hasta ahora. El elocuente y límpido lenguaje ayuda a la mejor descripción de nuestros bellos paisajes y revela no sólo la sensibilidad del viajero sino el profundo conocimiento científico de lo que describe y relata.
No resistimos la tentación de incorporar el juicio certero de Don Ernesto Morales, editor de la traducción castellana de su obra principal, quien dice al referirse a su redacción y estilo: ″Es un artista de la palabra. Repare el lector en la belleza de sus descripciones, en la fuerza con que capta lo esencial de los personajes históricos, en delicadeza de su expresión, la sutilidad de su observación, en la justeza de su crítica; en todo lo cual está revelado no a un simple viajero, no a un científico para quien la pluma es una herramienta pesada, sino a un cabal hombre de letras, una sensibilidad aguda que se expresa con precisión y elocuencia, mediante la palabra escrita″.