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Jesús Astigarraga et Juan Zabalza, « “Economía Política” y “Comercio” en los diccionarios y la literatura enciclopédica española del siglo XVIII », Bulletin hispanique [En ligne], 111-2 | 2009, mis en ligne le 01 décembre 2012, consulté le 07 août 2015. http://bulletinhispanique.revues.org/998

RÉSUMÉ
L’apparition d’ouvrages de forme alphabétique, dictionnaires ou encyclopédies, constitue l’important legs intellectuel que nous avons reçu, principalement, du XVIIIe siècle européen. Le présent travail examine le contenu économique de la littérature encyclopédique espagnole publiée à ce moment-là. L’analyse a pour objet, d’une part, les ouvrages alphabétiques qui concernent l’«économie politique» ou le «commerce», et autant les traductions espagnoles d’ouvrages étrangers que les livres originaux en espagnol et, d’autre part, les mots à contenu économique intégrés dans les dictionnaires ou encyclopédies touchant à des disciplines proches de l’économie, comme l’histoire et la géographie, les arts et métiers, l’agriculture et les finances publiques. En bref, il est montré que l’Espagne a occupé une place secondaire dans le développement que la littérature encyclopédique de contenu économique a connu dans l’Europe des Lumières.
Notes de l’auteur
Este trabajo forma parte de una investigación más extensa sobre «La Economía en los diccionarios y las enciclopedias del Siglo XVIII en España», publicada en una versión inicial como Documento de Trabajo en la colección de la Asociación Española de Historia Económica: DT-AEHE n° 0607. Por su parte, una visión mucho más extensa del epígrafe III de este trabajo se encuentra en J. Astigarraga y J. Zabalza, «Los diccionarios de Comercio y Economía en el Siglo XVIII español», Historia Industrial, 35, 2007-3, pp. 13-45.Introducción. Economía y literatura enciclopédica en el siglo XVIII.
Plan
- España y los diccionarios de «comercio» y «economía política»
- Voces con contenido económico en los diccionarios temáticos especializados españoles
- Conclusiones
PREMIÈRES PAGES
Alo largo del siglo XVIII buena parte de las naciones europeas fueron testigos de un proceso de emergencia gradual de una literatura singular y relativamente novedosa que fue dando forma a lo que en el día de hoy identificamos como los primeros pasos de la modernidad de la Economía «Política», «Civil» o «Pública», o bien del «Comercio». Bajo estas diferentes denominaciones fueron publicados en toda Europa no sólo los primeros tratados sistemáticos de la actual ciencia de la Economía, varias décadas antes de que lo hiciera en 1776 la precursora Wealth of Nations de A. Smith, cuanto también un conjunto de obras con ese mismo contenido económico elaboradas con un carácter eminentemente divulgador. Tales obras comprendieron fuentes normalmente poco valoradas desde una perspectiva estrictamente analítica y académica, como los manuales docentes, las revistas y la literatura periódica o los prontuarios, los libros de cuentas y las aritméticas destinadas al uso de los comerciantes. En este mismo grupo se deben incluir también los diccionarios de «Comercio» y «Economía Política», un género literario que alcanzó una notable significación en los países líderes de la Ilustración europea, una vez que en 1723-1730 viera la luz en Francia el primero de todos ellos, el Dictionnaire universel de commerce realizado por Jacques y Louis Philémon Savary des Brulons.
El notable acontecimiento que supuso la aparición de las primeras obras alfabéticas en el ámbito preciso de la ciencia económica debe interpretarse en el contexto más amplio de la enorme influencia que se atribuye al movimiento enciclopédico en la historia cultural europea moderna, particularmente a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Y más aún cuando el fruto más maduro del mismo, la emblemática Encyclopédie (1751-1775) de Diderot-D’Alembert, ha sido considerada recientemente, más allá de una mera actualización de la Cyclopaedia (1728) de Ephraim Chambers, una auténtica síntesis de toda la tradición enciclopédica europea precedente. Esta tradición no había hecho sino extender su influencia desde 1674, año de edición del pionero Gran dictionnaire historique (1674) de Louis Moreri, hasta 1750, cuando vieron la luz numerosas obras enciclopédicas que comenzaron a aplicar a nuevos campos las viejas técnicas alfabéticas de los diccionarios lexicográficos o de nombres propios. Su éxito fue muy notable, no sólo en la conformación de la cultura ilustrada «oficial» –L. Moreri, E. Chambers, el Dictionnaire de Trévoux, la Encyclopaedia Britannica, etc.–, cuanto también como una expresiva muestra de la corriente radical del pensamiento de la Ilustración temprana –el caso más relevante fue, sin duda, el Dictionnaire historique et critique (1697) de Pierre Bayle–, terminando por transformar el siglo XVIII en una primera manifestación histórica de una relativamente persistente dicomanía, al tiempo que un auténtico Âge d’or des dictionnaires, cuyo estudio ha conocido en los últimos años una intensidad notable.
El doble principio que guió esta característica manifestación cultural –por un lado, el afán de inventariar, ordenar y sintetizar el conocimiento universal y, por otro, el empleo con ese fin del orden alfabético– conectaba plenamente con algunas de las líneas de fuerza más significativas del mundo de la Ilustración. Más aún si tenemos presente que el movimiento enciclopédico acabó extendiéndose a la gran mayoría de los países europeos –no sólo Francia, sino también Italia, Gran Bretaña o Alemania acabaron contando con grandes compilaciones autóctonas– y que, a diferencia de lo que se ha pensado normalmente, este proceso de diseminación intelectual no tuvo en la obra de Diderot-D’Alembert su único modelo: sólo de una manera parcial cabe atribuir su éxito al formato y a los criterios concretos escogidos en la realización de la emblemática Encyclopédie. Además, el éxito del movimiento enciclopédico fue más efímero de lo que se cree. Con el triunfo de la Revolución en Francia cambiaron profundamente los medios de comunicación social y comenzó a considerarse que otras formas de popularización de los conocimientos, como la prensa periódica o, incluso, los panfletos, eran más adecuadas para describir la rápida evolución de los acontecimientos contemporáneos. En este mismo sentido, cabe recordar que la última edición de la obra de Diderot-D’Alembert fue en 1778-1782 y que la última gran enciclopedia del siglo XVIII, la Méthodique de Panckoucke, comenzó a editarse en 1782. En suma, es muy probable que «en 1800 la gran era de la realización de las enciclopedias generales en lengua francesa iniciada en 1674 con Moreri pueda considerarse concluida».
En cualquier caso, las enciclopedias generales no fueron el único producto del movimiento intelectual que se está describiendo. Otros massive works, como diccionarios, léxicos, vocabularios y otras obras construidas de acuerdo con el artificio del orden alfabético, aplicados a la descripción tanto de las palabras y los conceptos como de las cosas, conocieron durante el siglo XVIII una eclosión desconocida y aguantaron mejor el paso del tiempo que las ambiciosas colecciones enciclopédicas. En realidad, el vasto impulso que desde el siglo XVII alentó el espíritu enciclopedista se fue complementando con otro que condujo a la confección de obras alfabéticas más reducidas y de carácter especializado. La multiplicación de diccionarios científicos –sobre botánica, historia natural, química, etc.– y técnicos –de náutica, agricultura, artes y oficios, etc.– constituye un aspecto todavía poco conocido del proceso de popularización de la ciencia que se produjo en toda Europa a medida que el latín fue sustituido por las lenguas vulgares y el desarrollo científico comenzó a abarcar ramas del conocimiento nuevas o poco desarrolladas hasta esa fecha. No extraña que el punto de llegada del movimiento de enciclopedias generales culminara en una enciclopedia suprema, la Méthodique de Panckoucke, que, por vez primera en la historia, consagraba un diccionario propio a cada conocimiento científico. La aparición de diccionarios especializados, es decir, de un nuevo saber que llegara a justificar la dedicación al mismo de un diccionario, constituía un reflejo del afán por inventariar términos relativamente nuevos, que facilitaran una mejor definición de los conceptos implicados en ese saber emergente. De esta manera, el viejo ideal de la recopilación enciclopédica que nos legaron nuestros ilustrados se ha presentado por norma inseparablemente unido a la convicción, también profundamente arraigada en el siglo de la Ilustración, de que, en palabras del ilustrado francés Condillac [1776], una «ciencia bien tratada no es más que un lenguaje bien hecho».
El análisis del movimiento enciclopédico europeo ha requerido ópticas diversas. En primer lugar, dicho movimiento refleja una exigencia que trasciende el estricto ámbito intelectual y se proyecta sobre una dimensión claramente social, cual es la necesidad de proceder a la sistematización de una ciencia con el fin de comenzar a divulgarla entre el público, sea éste especializado o no, normalmente en complementariedad con otras formas de popularización de los conocimientos –el formato más cercano es, sin duda, la prensa periódica. De esta manera, enciclopedias y diccionarios pueden ser apreciados como operaciones culturales. Esto se refiere al interés de las empresas editoras por adecuar sus decisiones a criterios de mercado y al de sus autores philosophes por utilizar esos medios de expresión como un poderoso instrumento para cohesionar su identidad y de articulación de la opinión pública ilustrada –en este sentido, tuvo una importancia crucial la aparición del sistema de suscripción. Los massive works supusieron una extraordinaria movilización de recursos financieros y comerciales, más aún a medida que se fueron haciendo cada vez más ambiciosos y crecieron los grupos sociales que podían interesarse por ellos, así como ampliándose el ámbito geográfico de su posible influencia. En este sentido, cabe recordar no sólo la significativa operación empresarial que supuso para la casa editora Neuchâtel la publicación de la Méthodique, con sus tiradas de cinco mil ejemplares y el extraordinario entrepreneur Panckoucke al frente, sino también las propias estrategias de las editoriales para favorecer un cambio de formato de las obras enciclopédicas que permitiera abaratar su coste o aproximarse a nuevos lectores, a través de ediciones portatives, abregés o de poche, enormemente exitosas en la Francia de 1790-18209. En suma, todos estos fenómenos, relacionados con la eighteenth century print explosion, deben ser estudiados en el marco del funcionamiento del mercado del libro, con sus respectivos factores de demanda –nivel de alfabetización, clientes potenciales, poder de compra, etc.– y oferta –intereses de grupos específicos en expandir sus ideas, estructura del mercado, censura, coste de edición, etc.–, así como teniendo presente la huella que en ese mercado dejó la maduración a lo largo del siglo XVIII de una public sphere, gestada alrededor de la gradual política de liberalización cultural a través de los salones, los periódicos, los clubes de lectura, etc., y en la que la reading revolution, espoleada por la reducción del analfabetismo, los cambios en los hábitos de la lectura y la aparición de nuevas audiencias –más allá de los philosophes y los académicos, las nuevas elites de funcionarios, diplomáticos, profesionales, etc.–, desempeñó un papel de primer orden.
Desde una óptica diferente, el movimiento enciclopédico se ha relacionado con la notable renovación que el léxico intelectual conoció durante el siglo XVIII. Para el caso concreto de España, nadie mejor que J. A. Maravall, con sus impagables estudios acerca de la aparición en la lengua castellana de palabras como «industria», «fábrica», «civilización» o «felicidad», para recordarnos que
no hay manera de entender rectamente un pensamiento pasado si no tenemos en cuenta el desplazamiento de significación que sufren los términos más usuales. Naturaleza, ley, causa, como nación, soberanía, imperio, etc., significan en el siglo XVII cosas muy diferentes de hoy… Esto acontece con todas las palabras fundamentales de cualquier disciplina.
Fue el propio Maravall quien advirtió de que, entre otras numerosas cosas, la Ilustración fue también un vocabulario preciso:
pocas veces, quizás, una época se presenta con un repertorio léxico más especializado y significativo –naturaleza, felicidad, economía, progreso, humanidad, etc.–, tal vez porque en pocas ocasiones como el siglo XVIII, y sobre todo en su segunda mitad, ha granado todo un vocabulario como lenguaje de un grupo.
Por ello, y más aún después de los ilustrativos estudios recientes de Álvarez de Miranda, no se debe poner en duda la utilidad de la investigación lexicográfica como un fructífero campo de trabajo. El léxico de las ideas «cultas» de la Ilustración, que, por otra parte, acabó configurándose como un soporte compartido por el conjunto de las Luces europeas, fue el resultado de un proceso formativo muy extenso, cuyo origen, en el caso de España, se sitúa en la primera Ilustración o la Ilustración temprana, y cuyo fruto fue la consolidación de un vocabulario nuevo. Gracias al empleo de neologismos –descubiertos por creación metafórica, a través de la copia de voces de lenguas extranjeras o por procedimientos que dispone la propia lengua– o bien de neologismos de sentido –palabras ya existentes a las que se da un nuevo significado–, este «léxico de las ideas», en particular en lo que hace referencia a esas palabras «cultas» generadas a través de las cadenas cultistas paneuropeas, pasó a arrojar un conjunto de palabras-clave que terminaron por convertirse en los fundamentos de la nueva mentalidad. Y es en este sentido preciso que su análisis puede arrojar luz sobre la estructura ideológica de una sociedad o, al menos, sobre la de los grupos sociales que trataron de articularla a través de la creación de ese nuevo vocabulario. Los diccionarios se nos presentan, así, como una fuente inagotable de conocimiento histórico, de la misma manera que una excavación arqueológica puede revelar el estilo de vida de una comunidad extinta.
Todo esto es válido también para el caso de España, cuyo papel en la literatura enciclopédica del siglo XVIII europeo fue, como ha precisado el propio Álvarez de Miranda, algo desalentador. Aunque nuestros ilustrados más insignes –Campomanes, Jovellanos, etc.– promovieran la realización de diccionarios y participaran en su elaboración, en nuestro país dominaron los intentos frustrados sobre las realizaciones concretas: por un lado, a excepción del Dictionnaire de L. Moreri, no fue traducida ninguna de las grandes obras enciclopédicas europeas; por otro, a diferencia de Italia, Gran Bretaña, Alemania o Francia, no existió una gran compilación enciclopédica autóctona. El éxito más notable de nuestra Ilustración se alcanzó en el ámbito de los diccionarios lexicográficos, merced al pionero Diccionario de Autoridades (1726-1739), que tuvo una prolongación, aunque en un campo más preciso, en el Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes (1786-1793) de Esteban Terreros. Teniendo presentes estos datos, parecen más que justificados estos sutiles comentarios, expresados a finales de siglo por Sempere y Guarinos:
Algunos motejan a la literatura moderna, llamándola Ciencia de los Diccionarios, por donde indirectamente parece que condenan las obras de esta clase. A la verdad todo aquel que haga alarde de literato con la instrucción que ha recogido en los diccionarios, y no más, merece con razón esta crítica; pero de aquí no se deduce que sean inútiles los diccionarios. Los de Artes y Ciencias especialmente son utilísimos, por la comodidad de hallar prontamente la definición de una voz o frase técnica, cuya oscuridad impide tal vez entender toda una página de un libro; y así todas las naciones cultas han publicado diccionarios de esta naturaleza. Recopilar y definir en uno solo todos los artículos pertenecientes a las ciencias, artes y oficios es empresa del todo imposible para las fuerzas de un hombre, por laborioso que sea (….) Para que la nación pueda llegar a tener un Diccionario completo de artes y ciencias es menester que muchos sujetos se dediquen a componer varios particulares…
No obstante, de cara a un balance más definitivo, resulta necesario proseguir el análisis de la fortuna española de las obras enciclopédicas especializadas, editadas bajo la forma de enciclopedias, propiamente dichas, diccionarios o léxicos, en nuestro caso, en el ámbito del «comercio» y la «economía». Gómez de Enterría16 ha mostrado que la eclosión de la Economía Política en España a lo largo del siglo XVIII determinó «la aparición de un vocabulario nuevo que inicia su proceso de instalación en la lengua a partir de las obras de literatura económica» publicadas durante el mismo. Este neoléxico referido al comercio y la economía, alimentado a través del caudal de las traducciones, inspirado en el francés como lengua de mayor prestigio y formado principalmente por neologismos nuevos o de sentido –el caso de voces como «economistas», «concurrencia», «capitalista», «comisionista», etc.–, cohabitó con términos de carácter tradicional y a lo largo del siglo XVIII se configuró como un vocabulario en período de formación, si bien, sin duda, de uso creciente y cada vez más aceptado a medida que transcurrió ese siglo. En esta línea, diversos estudios de carácter cuantitativo17 han insistido en que a lo largo del mismo, y a pesar de la debilidad enunciativa que mostraba el término «economía» frente a otros –«comercio», «industria» o «agricultura»– y de la pluralidad de adjetivos que habitualmente le acompañaban –«civil», «pública», «política», etc.– se asistió, en particular a partir de 1740, a un proceso de emergencia de la «economía», de acuerdo con una bella expresión de J. Vilar, como un «saber sin nombre» en un discurso escrito en español en el que el término dominante había sido el de «política»18. En el ámbito concreto de la literatura alfabética, ese proceso se materializó a través de dos vías: por un lado, la elaboración o, en su caso, la traducción de diccionarios de «Comercio» o «Economía Política»; y, por otro, la inclusión de voces de contenido económico en distintos diccionarios especializados sobre ciencias y artes. En los dos epígrafes siguientes se repasan estas dos diferentes vías.
España y los diccionarios de «comercio» y «economía política»
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